Esta semana he pensado mucho en el valor de lo sencillo. Tumbarme en la cama llena de cojines, leer un libro o mis revistas favoritas (incluso las viejas), a media luz, sólo con la lámpara de la mesilla encendida y sobretodo, escribir y pensar. O pensar y escribir. Muchas veces solamente pensar.
Las circunstancias han hecho que estos primeros días de septiembre hayamos tenido que despedirnos, para siempre (o hasta la próxima, según la fe de cada uno) de alguien querido. La abuela de mi marido y bisabuela de mi hijo ha dejado una historia llena de fuerza y lucha. Una mujer, que en aquellos tiempos, trabajó y crió nueve hijos y los trajo a Terrassa en busca de una vida mejor, una abuela que cuidó de sus nietos. Para siempre ya, con su marido y su hija. Otra mujer fuerte que también con su muerte, nos hizo a muchos darnos de golpe con la realidad y el valor de las cosas importantes. En aquella despedida se mezclaron muchos sentimientos, una mezcla de muerte y vida, un adiós con mi pequeño de apenas dos semanas en los brazos. Una muestra más de que el tiempo no se para.
El mundo no se detiene por nada ni nadie. Algo que me costó mucho aceptar con un duelo difícil. Este verano se han cumplido trece años de la pérdida de mi hermano. Y lo digo así, sin buscar dar pena, aunque me ha costado mucho decidirme a escribir este post y abrir de una manera tan pública una parcela tan extremadamente privada y delicada. Puedo hacerlo porque por fin, yo también estoy en paz desde el nacimiento de mi hijo y quisiera que nunca más se quedara nada por decir en el tintero. No dejes pasar las oportunidades de hacer o decir, quizá no vuelvas a tenerlas.
Las circunstancias han hecho que estos primeros días de septiembre hayamos tenido que despedirnos, para siempre (o hasta la próxima, según la fe de cada uno) de alguien querido. La abuela de mi marido y bisabuela de mi hijo ha dejado una historia llena de fuerza y lucha. Una mujer, que en aquellos tiempos, trabajó y crió nueve hijos y los trajo a Terrassa en busca de una vida mejor, una abuela que cuidó de sus nietos. Para siempre ya, con su marido y su hija. Otra mujer fuerte que también con su muerte, nos hizo a muchos darnos de golpe con la realidad y el valor de las cosas importantes. En aquella despedida se mezclaron muchos sentimientos, una mezcla de muerte y vida, un adiós con mi pequeño de apenas dos semanas en los brazos. Una muestra más de que el tiempo no se para.
El mundo no se detiene por nada ni nadie. Algo que me costó mucho aceptar con un duelo difícil. Este verano se han cumplido trece años de la pérdida de mi hermano. Y lo digo así, sin buscar dar pena, aunque me ha costado mucho decidirme a escribir este post y abrir de una manera tan pública una parcela tan extremadamente privada y delicada. Puedo hacerlo porque por fin, yo también estoy en paz desde el nacimiento de mi hijo y quisiera que nunca más se quedara nada por decir en el tintero. No dejes pasar las oportunidades de hacer o decir, quizá no vuelvas a tenerlas.
Comentarios