Hola! Qué tal has arrancado la semana? Yo mucho más animada, motivada y activa a pesar de que vuelve a hacer frío :(
Mira, no sé qué pasa con blogger, me cambia el formato y tamaño de los textos que escribo!!!! :( Estoy desesperada!!! Así que he vuelto a colgar esta entrada de ayer martes... edito y corrijo y da igual porque no me hace caso...
Hace muchas semanas que quiero publicar esta entrada pero he querido esperar por varios motivos; uno de ellos es que pasara el mes de enero y verlo con algo de perspectiva y otro poder ver la ecografia de mi tercer bebé, ¡estoy embarazada de nuevo!
Así que como ayer lunes, día que uso en el blog para hablar de vivencias personales, sentimientos, amor, familia... no subí post ninguno el de hoy va dedicado al mes de enero y a los lazos invisibles que me unen a él. Y por supuesto, a partir de ahora, cualquier momento es bueno para hacer alarde de mi embarazo!
Tengo meses del año que ni fu ni fa y otros que no me gustan nada o que me son muy muy especiales y uno de ellos es el mes de enero.
Me gusta especialmente y me entristece a partes iguales la noche del 31 de diciembre al 1 de enero; por el paso de un año a otro, el balance que tiendo a hacer, los nuevos planes, los que no he conseguido, la oportunidad de volver a empezar de cero y otras historias de recuerdos familiares que me vinculan muy íntimamente a esa noche y que me guardo para mí. Estoy aprendiendo a guardarme cosas.
Si sigues el blog sabes que en cada post me desnudo bastante y cuando se trata de hablar de maternidad vuelco totalmente mi corazón en teclado y pantalla, de verdad, aunque voy intentando dosificar lo que cuento y lo que no y poco a poco voy dejando parcelas de intimidad en casa y aceptando que una misma cosa o situación puede verse de tantas maneras como ojos lo miren y corazones la sientan. Me estaré haciendo mayor ;) Este año cumplo los 30!
Yo no sabía. No sabía lo que significa un aborto.
Hasta hace un año me imaginaba que era un trance difícil pero era lejano.
Nunca he sido ni me considero muy niñera como se dice. Y en el caso de un aborto hasta habiéndole ocurrido a algunas familiares, amigas y conocidas (estadísticamente ocurre en uno de cada cuatro embarazos) aún estando tan cerca estaba lejos.
Soy de las que se ha alejado de quien le ha pasado sin saber qué decir ni qué hacer. Dejando a esos bebés que no nacen en un limbo en el que se cree que por no volver a nombrarlos nunca acaban por desaparecer para siempre.
Mi hijo mayor, Jorge, nació en enero de 2009 en un parto más bien corto, con epidural. Tras un embarazo feliz, conseguido a la primera y lleno de vómitos, mareos, malestar y ardor de estómago eso sí, desde el minuto uno hasta casi el final.
Superando el susto de la taquicardia fetal y el riesgo de anomalías cromosómicas en la recta final con amniocentesis incluida.
Jorge nació con unos ojos enormes abiertos al mundo y sanísimo aunque no pude disfrutar del momento piel con piel hasta que pasaron bastantes horas (lo vimos rollo Simba en El Rey León porque lo sostuvieron en alto para que lo conociera y se lo llevaron deprisa) ya que el equipo médico quiso controlar enseguida el ritmo de su corazón conectándolo a una máquina (ahora pienso que tenerle contra mi pecho no le hubiera hecho ningún daño a su acelerado corazón).
Fue ya de madrugada cuando vinieron a decirme si quería verle y cogerle. Yo estaba sola, mi marido se había marchado a descansar y entré en aquella sala llena de bebés diminutos, conectados a máquinas y cables. Había algunas mamás dando el pecho a sus hijos prematuros y yo me preguntaba cuántas semanas llevarían allí. Qué problemas tendrían. Jorge era el bebé más grandote entre todos, claro, él no tenía ningún problema! Por unos segundos fui consciente de la verdadera suerte y felicidad de tener a mi hijo perfectamente sano conmigo. Llevaba puesto solo un pañal y el gorrito azul que yo le había comprado. Yo me fijaba en que la máquina marcara un ritmo de latidos correcto. Y allí estaba yo. Ahí estaba mi hijo. Los dos solos.
No me enamoré al instante, tengo que decirlo, pero reconocí su nariz; había visto tantas veces ese perfil en las ecos del último trimestre tan y tan seguidas debido a los controles. Me quedé mirándolo sin atreverme a cogerlo. Tenía la nariz y los ojos grandes y el pelo muy negro. Ni siquiera había pensado hasta ese momento en si le habrían dado algún biberón o algo; no lo pensé! ¡¿Cómo no pude pensar en si mi bebé había tomado biberón?! Ni pensar hasta ese momento en ponérmelo al pecho!
Me preguntaron si quería cogerlo. Pues claro! Pero no sé cómo! No quiero que se me caiga, se me resbale de las manos o algo. Así que me senté, lo pusieron en mis brazos y nos dejaron solos. Ese es el momento de su nacimiento que guardo con más emoción.
Al día siguiente ya lo pasaron a la habitación en una cunita junto a mi cama que no le gustaba nada de nada. Normal. Era como de cristal, daba frío sólo mirarala. Y me descubrí a mi misma sabiéndolo coger, acurrucándolo junto a mí en mi cama, dándole el pecho tumbados de lado. Paz.
De los primeros días, semanas y meses tengo un vago recuerdo. No de felicidad eufórica. Más bien sueño y más sueño, frío cada vez que me mojaba la ropa por la leche en mitad de las noches. Más sueño. Visitas que me gustaban y que me hacían ilusión y otras que no me apetecía recibir. Dolor de espalda. Muuuuuucho. Ratos de agobio por no saber qué le pasaba al bebé, quizá miedo por haber perdido mi vida anterior y, por fin, en algún momento, no sé cuando, sentir que no podía querer a nadie tanto. Nos vineron muy bien los días a solas, cuando mi marido ya comenzó a trabajar, para estar yo con él y él conmigo y descubrir la mochilita para llevarlo colgado pegadito a mí y salir a hacer algunas compras o a pasear. Descubrir juntos tantas cosas. Y oye, que me apañé bastante bien para ser una mamá primeriza de 23 años.
Creo que el primer año le hice tantas fotos a Jorge que podría tirarme un mes entero viendo imágenes de aquellos primeros meses. Suerte que entonces no pasaba tanto tiempo en Facebook (no tenía tiempo para Facebook) porque creo que lo hubiera saturado con todas y cada una de sus fotos y poses. Han sido seis años llenos de aprendizaje, amor, sueño, frustración, más amor, humor, miedos, ... también había muchos momentos en los que, aunque suene mal, me molestaba haber perdido algo de mí. Una ducha larga o poder alisarme el pelo eran gloria bendita. Creo que hay cosas de las que no he sabido disfrutar o no he sabido darme cuenta hasta que Mario, mi segundo hijo, se marchó tan tan pronto.
Me quedé embarazada de nuestro segundo hijo, mi pequeño guisante, tras un par de años largos decidiendo si si o si no. Por fin cuando los dos lo deseamos llegó Mario. Lo supimos a las 5 semanas de embarazo y enseguida lo dijimos a todo el mundo y Jorge eligió el nombre de Mario para su hermanito si fuera niño.
Mi cuerpo no me mandaba las mismas señales que en el anterior embarazo. Nada de náuseas ni vómitos, ni mareos ni nada. Pero sí dolor abdominal, dolor de riñones y peso en la zona de la pelvis. Me fui al Centro de Atención Primaria y allí la comadrona me hizo algunas preguntas y me dio cita para la revisión del primer trimestre, ni me exploró ni nada aunque le comenté que había notado algunas manchas de sangre. Por eso cuando llegaron más manchitas de sangre supe que algo no funcionaba bien de verdad. El médico privado me atendió justo al día siguiente y confirmó que no había latido y que ni siquiera podía ver el embrión. Así que la bolsa que seguía creciendo dentro de mí contenía un bebé microscópico imperceptible que había dejado de formarse, posiblemente a las pocas horas o días. Se acabó.
Urgencias de la Seguridad Social. Llantos. Dolor. Como si se tratara de una regla exageradamente abundante y dolorosa. Algunas revisiones y decidir que todo tomara su cauce natural, el aborto se estaba produciendo y lo pasaría en mi casa. Querer meterme debajo de una manta y que no me viera nadie. Nunca más.
Recibimos llamadas y whatsapp, sé que todos llenos de buena intención pero en ese momento las frases me dolían y las historias similares me daban igual (me importaba mi pérdida, no la de otra mujer). Las frases que se suelen decir no hacían más que hacerme sentir peor: eres muy joven, tendrás más hijos, si tenía que venir mal mejor así, ... Fui muy brusca con ciertas personas y sobretodo con los míos. Y luego, en pocos días, sola, Mario dejó de existir (si es que había existido) para todos. Nadie preguntó ni pregunta por él, ni se acuerda de qué día debía haber nacido. A veces he querido que me trataran como si nada hubiera pasado, que no se evitaran conversaciones de embarazos y nacimientos en mi presencia y en otras ocasiones he necesitado algo más de tacto (el tacto o cariño que quizá yo no he tenido hacia otros) pero sobretodo necesitaba hablar de Mario y saber que alguien más se acordaba de él.
Cuando empecé a comprender que el dolor de mi marido, no tan distinto al mío era el nuestro mejoró bastante mi ánimo. Él nunca me soltó la mano y fue mi luz en tanta oscuridad. Aceptar que no hay un tiempo para curarse, que cada persona tenemos nuestro ritmo que aunque pasaran los meses no tenía por qué sentirme mejor ya.
Justo se ha cumplido un año en enero y se remueve todo otra vez. En estos doce meses he pasado por muchas fases, por distintos sentimientos y diferentes estados de ánimo. Tampoco ha ayudado que la tristeza me hiciera revivir otros duelos en mi vida ni el pasar por problemas con nuestra casa, no tener trabajo ni ingresos (alguien llegó a decirme que no era el momento y que cómo hubiera mantenido otro bebé, que las cosas pasan por algo). He querido esconderme y lo he hecho. He necesitado gritar y llorar y enfadarme y lo he hecho. He querido salir adelante y lo estoy haciendo. Y lo voy a conseguir. Lo vamos a conseguir. Sin olvidar a Mario.
Empecé a trabajar cuando pasaron varios meses. Me embarqué en mi propia tienda con mucha ilusión, ganas y miedo áun sabiendo que emocionalmente no era el momento más adecuado. Empecé la aventura de tener mi propio negocio! Y aquí sigo! Cierto es que la mayoría de ideas y cosas qué hago con mi proyecto tienen que ver mucho con mis hijos...
Me dí permiso para llamar a Mario por su nombre. Hablar de él. (Y ahora no me callo!) He tenido altibajos. Muchos. Días de culpa. Otros de rabia. Otros he creído que el Karma me estaba devolviendo todo lo malo que he hecho. Pero también ha habido momentos de muchas emociones bonitas, recuerdos y aprender a apreciar tantas y tantas cosas que muchas veces no soy capaz de disfrutar. Soy afortunada por tener a mi equipo: un hijo sano y un marido que no me ha soltado la mano jamás, por muy feos que fueran los días y más lejos quisiera irme.
De Jorge, que nació en enero, aprendo cada día. Mario, que se marchó otro enero, me ha enseñado en ocho semanas muchas cosas; "el tamaño o la edad del bebé que se pierde no es la medida del dolor". Que su abuela lo recuerde a la hora de entregar los regalos de Navidad me demuestra que hago bien en darle a este bebé su sitio. Mario ha traído con él una fuerte sacudida de todo mi mundo, mis errores, mis valores, mis creencias, mi gente y también un amor más grande si cabe (sí, se puede) a nosotros su papás y su hermano. Una unión más fuerte. Un lazo invisible. Como él y como tantos bebés.
"Mejor así que más adelante". No sé cómo se puede valorar o medir cuándo es mejor saber que tu hijo "viene mal" o que no nacerá. Bueno, sí lo sé: cuando no te pasa a ti. Así que soy libre para hablar o no de mi dolor. Y no quiero hacerlo desde el victimismo. Lo sigo pensando y sigo sin saber por qué "es mejor". Entonces mejor que muramos todos pronto para que no nos dé tiempo a cogernos cariño unos a otros y tener recuerdos. O como es algo que le pasa a mucha gente no es normal sentirme triste por perder a mi hijo de apenas ocho semanas, quizá como cada día muere gente y es algo normal no debiéramos sufrir cuando muere un ser querido.
En ocho semanas sentí a Mario mi hijo. Yo creo que fue mi hijo durante ocho semanas y que lo será siempre. En esas ocho semanas lo quisimos, lo esperamos, le pusimos nombre, hicimos planes y soñamos. En ocho semanas dimos la noticia a nuestro hijo Jorge, a familia y a amigos.
Me ha ayudado y lo sigue haciendo escribir sobre lo que pasó, como ahora, recordarle, darle un nombre y un sitio. Saber, AHORA SÍ, que otros han pasado por lo mismo. También he encontrado mucho consuelo, paz y luz en páginas y grupos. Me topé con Noelia de Duelo con Doula y sus bebés invisibles. Con su post Cuando no te pasa a ti ya acabó de removerme por dentro. Verme a mi misma llorar hasta perder el sentido, andar por la calle sin rumbo y gritar a los que más quiero me hizo darme cuenta que debía pedir ayuda.
Mira, no sé qué pasa con blogger, me cambia el formato y tamaño de los textos que escribo!!!! :( Estoy desesperada!!! Así que he vuelto a colgar esta entrada de ayer martes... edito y corrijo y da igual porque no me hace caso...
Hoy martes tocaría un post sobre libros pero me vas a permitir que me lo reserve para cuando lleguen a la tienda todas las novedades literarias para Sant Jordi; queda justo un mes para el Día del Libro día que es el Santo de mi peque, Jorge, que coincide con el aniversario de la muerte de Shakespeare y Cervantes.
Hace muchas semanas que quiero publicar esta entrada pero he querido esperar por varios motivos; uno de ellos es que pasara el mes de enero y verlo con algo de perspectiva y otro poder ver la ecografia de mi tercer bebé, ¡estoy embarazada de nuevo!
Así que como ayer lunes, día que uso en el blog para hablar de vivencias personales, sentimientos, amor, familia... no subí post ninguno el de hoy va dedicado al mes de enero y a los lazos invisibles que me unen a él. Y por supuesto, a partir de ahora, cualquier momento es bueno para hacer alarde de mi embarazo!
Tengo meses del año que ni fu ni fa y otros que no me gustan nada o que me son muy muy especiales y uno de ellos es el mes de enero.
Si sigues el blog sabes que en cada post me desnudo bastante y cuando se trata de hablar de maternidad vuelco totalmente mi corazón en teclado y pantalla, de verdad, aunque voy intentando dosificar lo que cuento y lo que no y poco a poco voy dejando parcelas de intimidad en casa y aceptando que una misma cosa o situación puede verse de tantas maneras como ojos lo miren y corazones la sientan. Me estaré haciendo mayor ;) Este año cumplo los 30!
Yo no sabía. No sabía lo que significa un aborto.
Hasta hace un año me imaginaba que era un trance difícil pero era lejano.
"Perder un bebé nos marca un antes y un después. El tamaño o la edad del bebé que se pierde no es la medida del dolor, el dolor como el amor no tiene medidas, no existe un “dolorímetro”, no se sufre menos o más por que se perdió al mes o a los 5 meses del embarazo, o por ser el primero o el tercer hijo, el dolor es dolor y punto porque se trata de un hijo. Tampoco desparece en el tiempo, en este caso el tiempo no lo cura todo, pero si ayuda para ver lo sucedido desde otra perspectiva, porque todo hijo, nacido o no, enseña algo vital a sus padres" (Del post El duelo por la pérdida de un bebé de Mamá Natural).
Nunca he sido ni me considero muy niñera como se dice. Y en el caso de un aborto hasta habiéndole ocurrido a algunas familiares, amigas y conocidas (estadísticamente ocurre en uno de cada cuatro embarazos) aún estando tan cerca estaba lejos.
Soy de las que se ha alejado de quien le ha pasado sin saber qué decir ni qué hacer. Dejando a esos bebés que no nacen en un limbo en el que se cree que por no volver a nombrarlos nunca acaban por desaparecer para siempre.
Mi hijo mayor, Jorge, nació en enero de 2009 en un parto más bien corto, con epidural. Tras un embarazo feliz, conseguido a la primera y lleno de vómitos, mareos, malestar y ardor de estómago eso sí, desde el minuto uno hasta casi el final.
Superando el susto de la taquicardia fetal y el riesgo de anomalías cromosómicas en la recta final con amniocentesis incluida.
Jorge nació con unos ojos enormes abiertos al mundo y sanísimo aunque no pude disfrutar del momento piel con piel hasta que pasaron bastantes horas (lo vimos rollo Simba en El Rey León porque lo sostuvieron en alto para que lo conociera y se lo llevaron deprisa) ya que el equipo médico quiso controlar enseguida el ritmo de su corazón conectándolo a una máquina (ahora pienso que tenerle contra mi pecho no le hubiera hecho ningún daño a su acelerado corazón).
Cuando me dijeron que estaba bien no pude sentir más paz y tranquilidad. Felicidad! Euforia! Y ya en la habitación con las visitas de los primeros familiares no sentí necesidad de verle ni tenerle cerca. Sentía que allí con su maquinita estaría bien.Y no me hacía ninguna gracia que todos los que venían a vernos pudieran estar cogiéndolo y meneándolo. La familia pudo conocerlo a través de los cristales.
(Ahora lo pienso y no volvería a dejarlo ahí y así solito ni loca!!!!!)
(Ahora lo pienso y no volvería a dejarlo ahí y así solito ni loca!!!!!)
Fue ya de madrugada cuando vinieron a decirme si quería verle y cogerle. Yo estaba sola, mi marido se había marchado a descansar y entré en aquella sala llena de bebés diminutos, conectados a máquinas y cables. Había algunas mamás dando el pecho a sus hijos prematuros y yo me preguntaba cuántas semanas llevarían allí. Qué problemas tendrían. Jorge era el bebé más grandote entre todos, claro, él no tenía ningún problema! Por unos segundos fui consciente de la verdadera suerte y felicidad de tener a mi hijo perfectamente sano conmigo. Llevaba puesto solo un pañal y el gorrito azul que yo le había comprado. Yo me fijaba en que la máquina marcara un ritmo de latidos correcto. Y allí estaba yo. Ahí estaba mi hijo. Los dos solos.
Me preguntaron si quería cogerlo. Pues claro! Pero no sé cómo! No quiero que se me caiga, se me resbale de las manos o algo. Así que me senté, lo pusieron en mis brazos y nos dejaron solos. Ese es el momento de su nacimiento que guardo con más emoción.
Al día siguiente ya lo pasaron a la habitación en una cunita junto a mi cama que no le gustaba nada de nada. Normal. Era como de cristal, daba frío sólo mirarala. Y me descubrí a mi misma sabiéndolo coger, acurrucándolo junto a mí en mi cama, dándole el pecho tumbados de lado. Paz.
De los primeros días, semanas y meses tengo un vago recuerdo. No de felicidad eufórica. Más bien sueño y más sueño, frío cada vez que me mojaba la ropa por la leche en mitad de las noches. Más sueño. Visitas que me gustaban y que me hacían ilusión y otras que no me apetecía recibir. Dolor de espalda. Muuuuuucho. Ratos de agobio por no saber qué le pasaba al bebé, quizá miedo por haber perdido mi vida anterior y, por fin, en algún momento, no sé cuando, sentir que no podía querer a nadie tanto. Nos vineron muy bien los días a solas, cuando mi marido ya comenzó a trabajar, para estar yo con él y él conmigo y descubrir la mochilita para llevarlo colgado pegadito a mí y salir a hacer algunas compras o a pasear. Descubrir juntos tantas cosas. Y oye, que me apañé bastante bien para ser una mamá primeriza de 23 años.
Creo que el primer año le hice tantas fotos a Jorge que podría tirarme un mes entero viendo imágenes de aquellos primeros meses. Suerte que entonces no pasaba tanto tiempo en Facebook (no tenía tiempo para Facebook) porque creo que lo hubiera saturado con todas y cada una de sus fotos y poses. Han sido seis años llenos de aprendizaje, amor, sueño, frustración, más amor, humor, miedos, ... también había muchos momentos en los que, aunque suene mal, me molestaba haber perdido algo de mí. Una ducha larga o poder alisarme el pelo eran gloria bendita. Creo que hay cosas de las que no he sabido disfrutar o no he sabido darme cuenta hasta que Mario, mi segundo hijo, se marchó tan tan pronto.
Mi cuerpo no me mandaba las mismas señales que en el anterior embarazo. Nada de náuseas ni vómitos, ni mareos ni nada. Pero sí dolor abdominal, dolor de riñones y peso en la zona de la pelvis. Me fui al Centro de Atención Primaria y allí la comadrona me hizo algunas preguntas y me dio cita para la revisión del primer trimestre, ni me exploró ni nada aunque le comenté que había notado algunas manchas de sangre. Por eso cuando llegaron más manchitas de sangre supe que algo no funcionaba bien de verdad. El médico privado me atendió justo al día siguiente y confirmó que no había latido y que ni siquiera podía ver el embrión. Así que la bolsa que seguía creciendo dentro de mí contenía un bebé microscópico imperceptible que había dejado de formarse, posiblemente a las pocas horas o días. Se acabó.
Jorge acababa de cumplir 5 años. Mario no nacería. Yo estaba vacía. Ocho semanas juntos.
Urgencias de la Seguridad Social. Llantos. Dolor. Como si se tratara de una regla exageradamente abundante y dolorosa. Algunas revisiones y decidir que todo tomara su cauce natural, el aborto se estaba produciendo y lo pasaría en mi casa. Querer meterme debajo de una manta y que no me viera nadie. Nunca más.
Recibimos llamadas y whatsapp, sé que todos llenos de buena intención pero en ese momento las frases me dolían y las historias similares me daban igual (me importaba mi pérdida, no la de otra mujer). Las frases que se suelen decir no hacían más que hacerme sentir peor: eres muy joven, tendrás más hijos, si tenía que venir mal mejor así, ... Fui muy brusca con ciertas personas y sobretodo con los míos. Y luego, en pocos días, sola, Mario dejó de existir (si es que había existido) para todos. Nadie preguntó ni pregunta por él, ni se acuerda de qué día debía haber nacido. A veces he querido que me trataran como si nada hubiera pasado, que no se evitaran conversaciones de embarazos y nacimientos en mi presencia y en otras ocasiones he necesitado algo más de tacto (el tacto o cariño que quizá yo no he tenido hacia otros) pero sobretodo necesitaba hablar de Mario y saber que alguien más se acordaba de él.
Cuando empecé a comprender que el dolor de mi marido, no tan distinto al mío era el nuestro mejoró bastante mi ánimo. Él nunca me soltó la mano y fue mi luz en tanta oscuridad. Aceptar que no hay un tiempo para curarse, que cada persona tenemos nuestro ritmo que aunque pasaran los meses no tenía por qué sentirme mejor ya.
Justo se ha cumplido un año en enero y se remueve todo otra vez. En estos doce meses he pasado por muchas fases, por distintos sentimientos y diferentes estados de ánimo. Tampoco ha ayudado que la tristeza me hiciera revivir otros duelos en mi vida ni el pasar por problemas con nuestra casa, no tener trabajo ni ingresos (alguien llegó a decirme que no era el momento y que cómo hubiera mantenido otro bebé, que las cosas pasan por algo). He querido esconderme y lo he hecho. He necesitado gritar y llorar y enfadarme y lo he hecho. He querido salir adelante y lo estoy haciendo. Y lo voy a conseguir. Lo vamos a conseguir. Sin olvidar a Mario.
Empecé a trabajar cuando pasaron varios meses. Me embarqué en mi propia tienda con mucha ilusión, ganas y miedo áun sabiendo que emocionalmente no era el momento más adecuado. Empecé la aventura de tener mi propio negocio! Y aquí sigo! Cierto es que la mayoría de ideas y cosas qué hago con mi proyecto tienen que ver mucho con mis hijos...
Me dí permiso para llamar a Mario por su nombre. Hablar de él. (Y ahora no me callo!) He tenido altibajos. Muchos. Días de culpa. Otros de rabia. Otros he creído que el Karma me estaba devolviendo todo lo malo que he hecho. Pero también ha habido momentos de muchas emociones bonitas, recuerdos y aprender a apreciar tantas y tantas cosas que muchas veces no soy capaz de disfrutar. Soy afortunada por tener a mi equipo: un hijo sano y un marido que no me ha soltado la mano jamás, por muy feos que fueran los días y más lejos quisiera irme.
De Jorge, que nació en enero, aprendo cada día. Mario, que se marchó otro enero, me ha enseñado en ocho semanas muchas cosas; "el tamaño o la edad del bebé que se pierde no es la medida del dolor". Que su abuela lo recuerde a la hora de entregar los regalos de Navidad me demuestra que hago bien en darle a este bebé su sitio. Mario ha traído con él una fuerte sacudida de todo mi mundo, mis errores, mis valores, mis creencias, mi gente y también un amor más grande si cabe (sí, se puede) a nosotros su papás y su hermano. Una unión más fuerte. Un lazo invisible. Como él y como tantos bebés.
"Mejor así que más adelante". No sé cómo se puede valorar o medir cuándo es mejor saber que tu hijo "viene mal" o que no nacerá. Bueno, sí lo sé: cuando no te pasa a ti. Así que soy libre para hablar o no de mi dolor. Y no quiero hacerlo desde el victimismo. Lo sigo pensando y sigo sin saber por qué "es mejor". Entonces mejor que muramos todos pronto para que no nos dé tiempo a cogernos cariño unos a otros y tener recuerdos. O como es algo que le pasa a mucha gente no es normal sentirme triste por perder a mi hijo de apenas ocho semanas, quizá como cada día muere gente y es algo normal no debiéramos sufrir cuando muere un ser querido.
En ocho semanas sentí a Mario mi hijo. Yo creo que fue mi hijo durante ocho semanas y que lo será siempre. En esas ocho semanas lo quisimos, lo esperamos, le pusimos nombre, hicimos planes y soñamos. En ocho semanas dimos la noticia a nuestro hijo Jorge, a familia y a amigos.
Me ha ayudado y lo sigue haciendo escribir sobre lo que pasó, como ahora, recordarle, darle un nombre y un sitio. Saber, AHORA SÍ, que otros han pasado por lo mismo. También he encontrado mucho consuelo, paz y luz en páginas y grupos. Me topé con Noelia de Duelo con Doula y sus bebés invisibles. Con su post Cuando no te pasa a ti ya acabó de removerme por dentro. Verme a mi misma llorar hasta perder el sentido, andar por la calle sin rumbo y gritar a los que más quiero me hizo darme cuenta que debía pedir ayuda.
Si quieres leer algunas de mis entradas sobre Mario:
Dentro de mí
Volver a empezar
La vida es de repente
Si quieres saber más sobre muerte gestacional y neonatal, yo he empezado mi duelo con Duelo con Doula y he pasado instantes únicos, revitalizantes y emocionantes con Espai Arrel y con Nuria Garrido y sus constelaciones familiares.
Dentro de mí
Volver a empezar
La vida es de repente
Si quieres saber más sobre muerte gestacional y neonatal, yo he empezado mi duelo con Duelo con Doula y he pasado instantes únicos, revitalizantes y emocionantes con Espai Arrel y con Nuria Garrido y sus constelaciones familiares.
Ahora, embarazada de nuevo de trece semanas de mi tercer hijo, Mario vuelve a estar más presente. Una piensa si volverá a pasar, si tendré que volver a despedirme tan pronto. Ahora sé también algo que no sabía; que en ocho semanas el amor puede ser infinito y puede ser el guerrero más fuerte.
Foto cigüeña cedida por Rubén.
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